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DIA SEXTO. 207 tiernos años el suave yugo del Señor. ¿Pero qué medios, direis, debemos aplicar para cumplir la obligacion del silencio? Esto ofrecí explicaros en la Segunda parte. Bien creo yo, Señoras, que habreis entendido que el silencio, onya obligacion he demostrado por los manda- tos de nuestros mayores, por las santas reglas que ins- pirados de Dios escribieron, y por los ilustres y edifican- tes ejemplos que de su observancia nos dejaron, no solo es aquella taciturnidad ó perpétuo callar con que una persona permanece sin hablar por mucho tiempo. No, venerables Religiosas, esto no seria mas que una mu- déz temporal mas ó' menos prolongada, segun el gé- nio, la extravágancia ó el capricho de la persona: esto no seria un silencio virtuoso mandado por Dios, y ob- servado por la criatura para obedecer con mérito propio á la voluntad de su Señor. El silencio no es callar siemn- pre, sino callar cuando conviene, y hablar cuando cor- responde. El espiritu Santo nos dice en las divinas Escri- turas, que hay tiempos de hablar y tiempos de callar. El silencio de que yo hablo, no es solo el exterior, sino el interior, y este mas propiamente que aquel. Quiero decir, un silencio santo, espiritual, virtuoso, que nos acerque á Dios al paso que nos aparte: de las criaturas: un silencio.que nos una con Dios, y nos separe del co- mercio de los hombres: un silencio que mantenga la compuncion y ternura del espíritu, que conserve en el alma el fuego del amor divino, que excite la memoria de la:muerte, que represente al vivo la rectitud del + cio de Dios, la interminable duracion de los suplicios eternos, y la estabilidad perpótua de sus durables re- compensas en la gloria. Este es el útil y provechoso sl- lencío interior que debe acompañar al exterior silencio, y este sin aquel no seria mas que un silencio ocioso, inútil y sin provecho. Para conseguir un bien tan inestimable,

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