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178 - Miguel Anxo Pena González 2002). En 1518 saltan de nuevo las alarmas ante un nuevo brote, por lo que, desde su condición de testigo de los males atroces vividos una década antes en la ciudad de Daroca, Pedro Ciruelo toma la pluma como teólogo y filósofo y escribe su Hexa- meron theologal. Sabemos, por el colofón de la misma, que fue publicada en Alcalá de Henares, por Arnao Guillén de Brocar el 15 de julio de 1519. En el imaginario popular se solía leer la peste como un castigo divino, por lo que Ciruelo se dirige a la oligarquía del lugar, definida por hombres libres, que se reservaban los cargos de mayor importancia en el municipio. Las autoridades municipales eran conscientes de la importancia de lo poco que se podía hacer si la epidemia se extendía, pero también era frecuente que, una ciudad afectada por la peste u otra enfermedad contagiosa no se apresurase a confirmar el hecho, precisa- mente para evitar el desabastecimiento y la estampida social. La obray su intencionalidad Y, en este marco, Ciruelo se dirige a sus connaturales en el intento de poner un poco de orden en medio del caos que podía volver a generarse ante la epidemia que, a partir de 1518, se había extendido por toda la península. No le falta también a él cierto tono providencialista, considerando que ante la peste el hombre había de ponerse en manos de Dios. Para él era claro que no se trataba solo de curar la enfermedad corporal, sino también el alma, por lo que ambas cuestiones debían ir estrechamente unidas. Pero lo hace, a su vez, como testigo en su ciudad de Daroca de los efectos del mal y de la pandemia. Por lo mismo, dirigiéndose al cuerpo de regidores del concejo, comienza denominándoles como "regimiento teologal", pre- sentándolos así como ejemplo adecuado y oportuno para todos. Incluso con cierto tono profético, que recordaría a las grandes figuras del pueblo de Israel. Ciruelo está afirmando que las teorías médicas estaban influenciadas también por los con- textos teológicos, sociales y filosóficos, entendiendo así que, en el Renacimiento, el verdadero médico era también el filósofo y, aún más, el teólogo (Carreras, 1976). De esta manera, como pone de relieve en el comienzo del prólogo, escribe esta obra para pelear contra los "mundanos filósofos", en cuanto que contradicen ose desmar- can de las reglas de la ley de Dios, lo que se concreta en una llamada de atención a sus conciudadanos, para que no se desviasen de la senda de la fe y fueran capaces de actuar con la oportuna cordura ante una situación tan adversa. Entiende, por lo mismo, su tratado como un "diálogo de disputación entre filosofía y teología". Precisamente el título de la obra ya nos pone en la senda que quiere recorrer el autor. Él mismo, en la división del tratado, nos explica cómo el título recuerda a la obra de san Ambrosio, en la que el Doctor de la Iglesia intenta contraponer un relato de la obra de Dios en los seis días de la creación frente a las cosmogonías paganas. En este sentido, era frecuente que la literatura hexameral -recurrente durante la edad antigua y medieval- volviese a ese tipo de presentación cósmica y épica de

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