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creamos la vista con la contemplación de los montes de León, cuyos picos más elevados blanquean de nieve. «Por allí cae Santiago .. . » Se impone reanudar la marcha. ¡Qué vida la del peregrino! Tomamos la pista, ancha y llana, que nos bajará a Riego de Ambrós. La marcha es ahora agradable y caminamos en grupo en amena charla. Un viejo pastor, que vive completamente solo en Manjarín desde mayo a septiembre, vigila su ganado: -¿Hay lobos por estas alturas? - Ahora, no, pero he llegado a verlos. El año pasado, sin ir más lejos, vimos una loba con sus crías. -¿Y serpientes? -Nunca las he visto. Seguimos adelante y dejamos al viejo pastor, con su escopetón enor– me (por los lobos) y sus enormes ganas de hablar. Manjarín, el pueblo abandonado en que veranea nuestro pastor: las casas de piedra, ruinosas, conservan más o menos sus cubiertas de lajas, de uralita o de paja; las puertas y ventanas se encuentran todas abier– tas ... , ¡no tienen nada que proteger ni ocultar ... !; la torre de la iglesia se ha visto despojada de sus campanas ... El único vestigio de vida lo constituye un añoso castaño, en medio del pueblo, que nos envía el per– fume acre de su flor. Vamos descendiendo a buen paso y entramos en El Acebo, otro pue– blecito semejante a los anteriores. Todavía conserva un soplo de vida, gracias a que está a mucho menos altura y más cerca de la civilización; nos las vemos y nos las deseamos para avanzar por la calle: las aguas pluviales, y las otras que se escurren bajo la puerta de los establos, la han hecho intransitable. En el portal de una casa tomamos un refrigerio para acallar el hambre. Siguiendo nuestros mapas, restan todavía doce kilómetros hasta PON– FERRADA y llevamos ya treinta y dos, con el pechugón de la subida a Fon– cebadón y Cruz de Ferro; no podemos descuidarnos, aunque el camino es cuesta abajo. Otro pueblo, Riego de Ambrós, pequeño también, pero que tiene al– gunos edificios de muy buen aspecto; se nos ocurre que pueden ser las casas de los emigrantes que hicieron fortuna y vuelven a sus antiguos lares durante el verano. De hecho hay una pequeña colonia veraniega, según se desprende de lo escrito en la pizarra colgada a la puerta de un establecimiento público, probablemente el único: «Esta casa saluda a 59
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