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ción y donde él cree saber que paran a veces algunos viaJeros. La dis– tancia que nos separa se aproxima a los diez kilómetros; paseando, dos horas y media. Ya lo hemos oído ... El transistor de Antonio (todos los días, mañana y tarde, tarde y mañana, a las ocho y a las diecinueve horas, el bueno de Rafa se acerca puntualmente a la mochila de Antonio para extraer el transistor, sin necesidad de detenernos, y escuchar el parte), el transis– tor, digo, nos trae hoy la mala nueva del accidente sufrido por Ocaña en el Tour de Francia: tenemos materia de conversación y comentario du– rante un largo trecho. Quintanilla de la Cueza, muy pequeñito, en verdad; adelante. Unos palomares en el campo. El sol comienza a ocultarse cuando entramos en el pueblo siguiente, Calzadilla de la Cueza, y a las primeras de cambio nos confirman lo que nos veníamos temiendo: que aquí no hay posada ni cosa que se le parezca, porque ¿quién puede detenerse a pernoctar en este villorrió si no es alguno que tenga en él familia o algún despistado como nosotros que llegue de ciento a viento? No es plan quedarse a la intemperie ni tenemos tiempo ni ganas para seguir hasta otra localidad; buscamos al alcalde: es un hombre sano, fuerte y relativamente joven, que «ha conocido las penalidades del frente de batalla»; nos conduce hasta la escuela y nos proporciona unas mantas de las que los campesinos usan en el campo; de cama hará la tarima, el sueño lo pondremos nosotros. Un problema resuelto. Ahora, la cena. A una señora enlutada que lleva un pozal de leche recién ordeñada le pedimos que nos venda un par de litros ; como ella la tiene toda comprometida, nos indica quién podrá hacernos semejante favor. Seguidos de unos cuantos críos que nos gritan: « ¡Pelegrinos ! ¡Pe– legrinos ! », llegamos al portal que nos han señalado; nos recibe cortés– mente una anciana. Mientras se cuece la leche, la buena mujer nos infor– ma que tiene dos hermanos mudos, que han llegado los «tejanos» y que han hablado de transportar las mulas en ferrocarril hasta León (que tam– bién los animales tienen sus achaques) y otras menudencias. Antonio trata de conseguir que le alquilen una cama plegable y se la lleven a la escuela, ya que a él le resulta punto menos que imposible dormir én el santo .suelo. Vienen, por fin, los dos mudos, después de recoger el ganado; nosotros tomamos unos grandes tazones de leche humeante, sin agua ni otras sustancias que la adulteren; los tres hermanos deliberan sobre el precio de la leche y la cama : diez pesetas por los dos litros de leche pura y cuarenta por la cama. José Mari y yo, que nos damos cuenta de la pobreza en que se desenvuelve esta gente y consideramos casi ridículo el precio de una leche de tal calidad, depositamos sobre la mesa a cada duro; Antonio pone el resto ... 46
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