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pañeros han entrado por otra calle y no nos hemos tropezado, mas ha darfo la casualidad que han caído en el mismo bar que he visitado yo momentos antes y que es el mismo al que han acudido los amigos de Antonio. Reunidos todos en torno a una inmensa olla de cangrejos -qué sé yo cuántas docenas-, no nos levantamos hasta que no queda ni un solo crustáceo. Incluso hay quien apura las heces ... A continuación, nuestros generosos anfitriones nos muestran los dis– tintos monumentos de la localidad, incluída la sepultura que para sí tiene preparada nuestro arzobispo Cantero en la iglesia de San Andrés (25). Nos despedimos junto al puente sobre el río Carrión y ensayamos una marcha rapidísima para despegarnos de un tipo subnormal que se empeña en venirse con nosotros. Como no nos sirve esta treta, pues él es joven todavía y no lleva carga, no nos queda más remedio que despe– dirlo por las buenas. Bebemos agua en una fuente y luego aprovechamos para descansar la sombra de un frondoso árbol. Vamos hollando asfalto por nuestra querida N-120, a buen paso, y de nuevo se desorganiza el pelotón: en cabeza marchan José Mari y Rafa; detrás, nosotros, a bastantes metros, llevando el farolillo rojo Antonio y yo, alternativamente. El ritmo es fuerte, rayano en lo penoso. En unas eras, a la izquierda de la carretera, la gente está trillando las mieses; al fondo, una iglesia semiderruída. Los primeros del grupo se desvían hacia el pueblo y nosotros nos sentamos en la cuneta, a la expec– tativa, y no nos movemos hasta que los vemos girar hacia su derecha; nos encontramos en la convergencia del camino vecinal que une Cervatos de la Cueza (26), tal es el nombre del pueblecillo que hemos contemplado de lejos, con la N-120. Entramos en el bar existente en tan estratégico lugar. Llego derro– tado y declaro (sin demasiada convicción, desde luego) que, si continua– mos como hoy, una vez en León, consideraré muy en serio si no me con– vendrá rematar mi peregrinación solo, pero a mi paso, recalco con inten– ción. Antonio, mucho más- explícito, interviene para sentenciar que nadie tiene por qué abandonar, que lo procedente es marchar todos juntos como en jornadas anteriores y no a lo loco, como esta tarde. Todos asienten; no pretendía yo otra cosa. El descanso en el bar, la merienda y nuestra vitamina nos ha sentado extraordinariamente bien; la conversación que hemos mantenido ha con– tribuído, por su parte, a relajar los nervios y a sentirnos más compe– netrados. El encargado del bar nos avisa que no es fácil que encontremos al– bergue en el inmediato pueblo de Quintanilla de la Cueza, que tiene muy pocos vecinos; otra cosa será en Calzadilla de la Cueza, de mayor pobla- 46

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