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Parece que en la lejanía se ve un caserío y sacamos fuerzas de fla– queza: es Villanueva de las Carretas. Ha habido suertecilla, pues al pronto distinguimos una antena sobre un tejado; nos acercamos a la puer– ta de la casa y a una joven pareja allí presente le preguntamos, por ur– banidad, dónde podremos ver el cohete de Pamplona, y nos responde que en el parador de la carretera, a unos diez minutos. «Llegaremos tarde», les replicamos, mientras consultamos el reloj y en espera de una invita– ción a pasar; pero él y ella se dan media vuelta y se introducen en la casa para evitarse compromisos o sin darse por aludidos ( ¿o no tendrán receptor?) . Otra antena: hay que descararse si no queremos quedarnos con las ganas y, así, a la viejecita que nos abre la puerta a que hemos llamado, le decimos lisa y llanamente que vamos a Santiago, que somos navarros y que a ver si tiene la bondad de dejarnos pasar para ver en la televisión el comienzo de las principales fiestas de nuestra tierra. Gracias a la ama– bilidad de esta buena mujer «logramos estar» durante unos minutos en el corazón de Pamplona; cuando suena el chupinazo, José Mari y yo nos anudamos al cuello, solemnes, como un rito, nuestros pañuelicos rojos. Echamos en falta el obligado brindis con un vaso de vino, pero a la se– ñora no se le ocurre ofrecerlo y a nosotros nos parece un poco de abuso el pedirlo. Reunidos de nuevo los cuatro, alcanzamos el parador de Villaquirán de los Infantes, donde apenas encontramos sitio para repostar, porque se halla inundado de emigrantes que en dos autobuses retornan desde Guipúzcoa a su tierra extremeña. Por ganar tiempo -es pronto todavía-, subimos al pueblo, que dista dos kilómetros, para hacer allí la comida fuerte del día; pero, ¡oh dolor!, ya desaparedó la posada y nos vemos obligados a deshacer lo andado y a acudir al parador. No podemos celebrar con champán el cuadragésimo aniversario de Antonio porque en este local no sirven vinos especiales, según reza un cartel, y debemos contentarnos con los tres hurras de ritual acompaña– dos de vino corriente (esta vez, sin sifón). Antonio decide quedarse aquí para descansar, leer el periódico y es– cribir su diario; nosotros tres juzgamos mejor esperarlo dos o tres ki– lómetros más arriba de Villaquirán y sestear teniendo por techo el fir– mamento azul. A eso de las cinco se nos reúne Antonio y da la impresión de que en nuestra ausencia ha comido lengua; nos cuenta primero la pelotera que ha organizado con un camarero por un quítame allá esas pajas y, una vez que ha cogido la taba, no la suelta en toda la tarde: está de un humor envidiable. 38

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