BCCCAP00000000000000000001783
lejanos del Cuartel General del Generalísimo y, dando un salto de siglos, a las andanzas y correrías del «que en buen hora nasco». ¡Burgos! ¡Por fin! Nos dirigimos directamente a la catedral, a oír misa; a Dios gracias, no llama la atención nuestra presencia ni nuestra facha, ya que fuera de Antonio, que luce una barba hirsuta de diez días, el aspecto general es, o nos lo parece, el corriente. ¡Tipos más raros se habrán visto ... ! No nos detenemos a contemplar esta grandiosa mole de piedra labra– brada, porque nos urge buscar posada, cosa más problemática en una ciudad que en un pueblo, máxime durante las fiestas patronales; ade– más, que mañana tendremos tiempo, pues nuestra intención es perma– necer aquí, en Burgos, un día para descansar y conocer la ciudad (22) . Así que marchamos confiados a un colegio, de cuyo nombre no quiero acordarme, en el que nos consta hay sitio abundante, por hallarse los colegiales de vacaciones; después de presentar nuestra documentación, en regla y al día, preguntamos por el padre rector y, lamentablemente, no se encuentra en casa; inquirimos por el padre ministro y -¡qué ca– sualidad!- se ha ausentado; insistimos por el que haga sus veces y, por rara coincidencia, también está fuera; no indagamos por el padre hospe– dero, porque lo más probable es que se halle con permiso indefinido ... A nuestra pregunta sobre la hora en que regresarán dichos padres, nos responden con mucha cortesía, eso sí, que debido a ser hoy domingo cabe que vuelvan a las nueve ... , a las diez ... , más tarde quizá. Xavier no se da por vencido y expone que quiere hablar con el padre X, nominalmente, que es amigo suyo; pero, ¡qué mala suerte!, se marchó de viaje días atrás. « ¡Cuánta finura y qué poca caridad!», comenta no sé quién. Acudimos a otra casa religiosa y el cancerbero (¿con perdón?) nos ruge más que nos grita, con la puerta entreabierta: « ¡Fuera de aquí! ¡Todos a Cáritas ! » Introduzco el pie para impedir que cierre el pequeño resquicio y le entrego mi carnet: nos franquea al punto la puerta, suaviza los moda– les, nos escucha con atención (que todavía no habíamos dicho esta boca es mía) y hasta intenta hacer por teléfono unas gestiones que resultan infructuosas. Un padre carmelita que pasa por allí y se percata de nuestra situa– ción se ofrece a acompañarnos, cosa que aceptamos agradecidos. Por in– tentar que no quede (pensamos), y conducidos por tan amable guía, nos encaminamos a Cáritas; aquí sólo pueden darnos -según dicen- unos bocadillos de chorizo. No interesa. 34
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz