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tras se enfrían un poco las hogazas, que en este momento salen del horno, me voy a misa e inspecciono de paso el pueblo. Están hormigonando la plaza. Media hora más tarde vuelvo a mis compañeros; mientras metemos entre pecho y espalda unos huevos fritos y los empujamos con pan tierno y crujiente y sendos vasazos de tinto con sifón, entran dos muchachos -barbas y melenas- que se acomodan en otra de las mesas de nogal: se llaman Cholo y Manolo, son universitarios y peregrinan también a Com– postela; examinan con atención unos mapas del Servicio Geográfico del Ejército y otros «papelillos» que les sirven para orientarse bien. No les faltan las mochilas de rigor. Nos despedimos hasta Santiago. A la salida del poblado, un pequeño huerto, un puente y un turismo des– panzurrado; sin duda el coche accidentado ayer por la tarde, suceso que oímos comentar en el hospital de Santo Domingo. Trigales y trigales que mece el viento ... Un pueblo engalanado con mu– chas flores: Castildelgado. Arboles. A cierta distancia de nosotros, pero próximo a la carretera, un campe– sino profundamente inclinado hacia la madre tierra; nos acercamos y vemos con curiosidad y extrañeza que está abonando un pequeño corro de patatas. No es el hecho en sí lo que nos llama la at ención, sino el pro– cedimiento: lleva el abono dentro de ... ¡un calcetín! y a impulsos de la mano el fertilizante escapa por entre los puntos de la lana, formando una tenue nubecilla que envuelve las pequeñas plantas. Bueno, quizá se trate de algún insecticida, que para el caso es igual; pero el «invento» no deja ser igualmente ingenioso. De nuevo las codornices que cantan confiadas en la espesura. Villamayor del Río ... Belorado: parada y fonda. Llevamos casi vein– tidós kilómetros. El sol nos ha castigado duramente las tres últimas horas; esta cir– cunstancia, añadida al peso de las mochilas y al rápido caminar, ha pro– vocado en nosotros una deshidratación que debemos compensar por ne– cesidad, y para eso está allí mismo esperándonos el Café Florida, inmenso , solitario, con veladores de mármol blanco. Mientras saboreamos con moro– sidad sendos palmeros de vitamina V, es decir, los consabidos vasos de a palmo de vino tinto con sifón (la vitamina C quedó atrás), vemos a través de los amplios ventanales que Cholo y Manolo siguen de largo. Según el camarero, a once kilómetros tenemos Villafranca Montes de Oca al pie del puerto de la Pedraja, y quince kilómetros más adelante , a la otra vertiente, Santovenia de Oca. La elección es clara: lo que procede es comer aquí, en Belorado, (enfrente está invitándonos el Restaurante 29
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