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Doscientos metros más adelante, un campesino (éste sí que da por seguro que vamos a los sanfermines) nos saluda cantando aquello de: «A Pamplona hemos de ir con una media, con una media; a Pamplona hemos de ir con una media y un calcetín.)) Te equivocas de medio a medio, amigo. En el arcén, un conejo, que por las trazas se ha estrellado reciente– mente contra algún vehículo, nos enseña sus humeantes vísceras sangui– nolentas. Una culebra planchada por las ruedas de un tractor; Antonio escupe. Llevamos un paso sosegado, cansino ... No hemos hecho provisión de agua (¿para qué querremos la cantimplora?, digo yo) y sentimos reseco en nuestras gargantas, al mismo tiempo que aflora la fatiga de la jorna– da anterior. Un almacén, que huele a cemento fresco, nos presta su sombra acogedora donde descansar unos minutos; un labriego que faena por los alrededores nos alarga su botijo: «Agua del Moncayo», añade, y ni que decir tiene que hacemos aprecio a su gentileza. Antonio parece que se encuentra a gusto y propone almorzar allí mismo; diplomáticamente expongo que aún no he hecho ganas, cuando lo que en realidad pretendo es forzar la situación y marcharnos cuanto antes para ganar tiempo; pero prevalece el criterio de la «mayoría» , y la detención se prolonga más de una hora. ¡Como la jornada es corta .. . ! Otros cuarenta y cinco minutos de marcha y entramos en el hotel Sancho el Fuerte, donde tengo la satisfacción y la dicha de dar un abrazo a mi compañero de facultad Luis Zardoya, que trabaja de recepcionista durante el verano. El plan que yo acariciaba, y por el que no quería de– tenerme más tiempo en el almacén de marras, consistía en bañarnos en la piscina de este hotel, almorzar seguidamente y proseguir ruta; ahora bien, como se han invertido los términos y mis compañeros tiene toda– vía el .almuerzo en el estómago, no nos queda más remedio que esperar, antes de entrar en el agua, a que remitan los ardores de la digestión. Total, que cuando reanudamos la marcha después del baño son casi las dos de la tarde y no hemos avanzado en toda la mañana más que unos doce kilómetros y por un terreno llano como la palma de la mano. A este ritmo no llegaremos a Tudela hasta la noche. Para recuperar el tiempo perdido nos imponemos un paso rápido, de– masiado rápido. En la Fontanica o fuente de Lizar (junto al complejo de Fontebella) bebemos como camellos, hasta saciarnos; de otro tirón llegamos a Tudela. Miramos nuestros relojes y comprobamos que hemos cometido la barbaridad de recorrer doce kilómetros en dos horas, en las de más calor precisamente y bajo un sol canicular. 17
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