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H manito", utílizando los resortes vívidos de la gracia, la picardía bondadosa, ~ o el contraste impactante pero inocuo de la metáfora, y la comprensión r cordial, desinteresada y compensadora. Esa actitud constante y risueña Y es indudablemente, en mi opinión, una lección magistral de cara al au- u r ditorio, al que se le induce suave, imperceptiblemente, a repetir los mis- 0 mos esquemas morales. e n El mérito del narrador hay que reducirlo a sus verdaderos límites. 1 o A veces se oyen lamentos en el sentido de que a los indígenas se los s utiliza por parte de los investigadores, dejándolos en la penumbra cuando ~ ñ ellos, los indígenas, son los auténticos autores de los trabajos que se 0 publican. Los narradores no son autores como no lo son los artistas de cine ni los declamadores de poemas ajenos. Las narraciones indígenas son anónimas, son de la etnia, a veces ni siquiera de la etnia como algún día pienso demostrar. El mérito del narrador indígena no está en la autoría, sino en la maestría, en el arte con que declama, en la fluidez con que desarrolla los diversos episodios, en la corrección del lenguaje, en la riqueza del léxico utilizado, en la viveza de las imágenes y de los recursos literarios que usa para transmitir a la generación emergente las narraciones, recibidas ya elaboradas de las generaciones pasadas, en un ambiente distendido, descansado, la mayor parte de las veces meciéndose en su chinchorro al calor del fuego que arde y alumbra en el piso de su rancho. Ese mérito no se puede ni se debe ignorar o minusvalorar. Pero pertenece a un rango muy distinto al del investigador. El investigador abandona su casa, su patria, su cultura con sacrificios grandes de toda índole; con muchas horas y dinero invertidos,visita las comunidades indígenas, graba, estudia, transcribe, corrige una y otra vez sus notas, traduce fatigosamente una lengua que no domina y que nunca fue científica y extensamente documentada, para finalmente, al publicar, encontrarse con las triquiñuelas de editores e impresores y la no menos dolorosa malevolencia de émulos apoltronados, envidiosos y/o plagiarios. La justicia exige dar a cada quien lo suyo. Ni los investigadores serían nada sin los narradores e informantes, ni éstos sin aquellos fuera del ámbito de sus miserables ranchitos.
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