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de tal firma, el cliente de tal compañía aseguradora, el defensor de tales asuntos económicos; nunca «fulano de tal» como per– sona, todo entero. «Lo demás» no interesa. Los demás aspectos de su vida se encuentran metidos entre paréntesis. Se hace abstracción de ellos y ni siquiera se les menciona. En la práctica, esta forma de obrar, constituye una reducción. El ser humano se encuentra, por así decirlo, alienado en su personalidad profunda y total. No se dirigen a él como a un interlocutor digno de ser tenido en cuenta. Queda reducido a una función cualquiera, a un aspecto particular y particularizante (28), y todo lo demás sobra. LA SALVACION DE LA PERSONA, EN CUANTO PERSONA, ESTA EN LAS COMUNIDADES CRISTIANAS DE BASE Ante todo esto que acabamos de ver, de escribir, yo gritaría con todas mis fuerzas: ¡peligro! ¡hay que salvar al hombre!. A ese náufrago que se ahoga sobre la marea humana, a punto de desaparecer en el vientre de las olas de la gran ciudad; a ese hombre que pierde su más pura esencia de hombre, su personalidad, su yo, en ese mar revuelto de la gran urbe. Y no digo nada cómo clamaría Freud, desde la base más profunda de su teoría psicoanalítica, si viera ese yo, de cada ser humano, apenas visible en la marea urbana, porque un super-yo y un ello mastodónticos de muchedumbre, se lo están tragando. Se impone ante todo esto, la personalidad más aguda y pro– funda de que sea capaz el hombre, para luchar contra esa masi– ficación y anonimato, como hemos titulado la parte esta del presente capítulo. (28) Cfr. HOSTIE, R., o. c., ps. 64-65. -81
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