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Esto quedará hostigado por la necesidad que hoy día exige de unirse comunitariamente para todo, o de llevar a cabo las empresas humanas en equipo, pues el mundo, en todos los nive– les, se ha complicado tanto, que uno solo no puede ser una enciclopedia y abarcar todo. La ciudad se especializa, y de esa especialización arranca lo comunitario, pues es cuando más claramente aparece que unos necesitamos de los otros. En las ciencias es una exigencia necesaria; los sociólogos forman equipos, los médicos, cada uno está especializado en una rama, y entre todos hacen el grupo médico; los despachos más modernos de los abogados están montados bajo esta dimensión especialista; y a nivel espacial, el mero hecho de subir un hombre a la estratosfera, o colocarlo en la luna, nadie sabe el esfuerzo especialista y de equipo, a todos los niveles, que deja montado allá a sus pies. Las industrias están estructuradas sobre las mismas bases, pues todas, no producen todas las piezas, sino que unas se necesitan de las otras. Y en el juego, es un hecho también que predominan los de grupo sobre los individuales. En orden a la eficacia es más que evidente; y la cohesión a «pequeño grupo» se impone. En estudio hechos sobre «el soldado americano» por ejemplo, con motivo de la guerra del Vietnam, por ejemplo, se 11eg6 a la conclusi6n de que la motiva– ción sobre la que reposaba en último término la fidelidad del combatiente en momentos difíciles, era la lealtad, cara a cara, con el pequeño grupo de combate por sus camaradas próximos a él (1). (1) Cfr. CARRIER, PIN, «Ensayos de Sociología Religiosa», Razón y Fe, (Madrid), 1969, ps. 219-220. -50-
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