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muchos tiempos, hasta que se ocupó el sínodo de Obispos de 1974, y la Exhortación «Evangelii Nuntiandi», la única (16). Sobre la homogeneidad del grupo que señala la definición no pocos disienten; y autores como Casiano Floristán, y otros, apuntan que el ideal es que sea heterogéneo. Otra definición de Comunidad Cristiana de Base, también muy buena, nos la da M. Useros, uno de los que mejor ha estu– diado este tipo de comunidad; dice: «es un grupo cristiano, que partiendo de su iniciativa o por orientación de otros, coordinados por el servicio de la jerarquía, empiezan a vivir a nivel intenso de iglesia, realizando en la práctica la unión visible (entre sí y con los demás cristianos), la acción misionera, el profundizar su fe, la expresión litúrgica y cultural y se comprometen con la realidad para transformarla en el fermento del evangelio» (17). Vemos que ambas definiciones coinciden; pero hay una coincidencia, que más por las circunstancias en que hoy se halla el mundo, sobre todo los países más católicos, o porque choca con una mentalidad tradicional sobre la idea de cristianismo, de más angelismo que autenticidad, conviene resaltar, y es: su fina– lidad de encarnarse en la realidad humana, concreta, para trans– formarla según el Evangelio; o lo que es lo mismo, hacer pasar a la Iglesia de un proyecto abstracto, a una existencia concreta y de compromiso. Era necesario hacer resaltar esta nota, no clara hasta hace poco, y contradicha, y en la que tanto insisten estas comunidades, pues si algo es el Evangelio, cada vez lo vemos más claro, es ser levadura en medio de la masa, luz y sal; o lo que es lo mismo, encarnación, compromiso y riesgo; y si se quiere más claramente, por fijamos en una faceta, en cierto sentido intocable hasta muy (16) Cfr. FLORISTAN, C. y otros, o. c., p. 26. (17) USEROS, M., o. c., p. 155. - 42 -
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