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ciudades, también éstas surgirán espontáneamente, de modo per– sonal, saltándose la geografía parroquial, malhumorando a no pocos «celosos» párrocos de su cuadrada, cerrada parroquia, para hacer comunidades a nivel personal, según cuadra su carisma con el de la comunidad; con tanto influjo que empujada la Iglesia por estas Comunidades, harán tambalear la estructura jurídica de la misma Iglesia, pues en decadencia absoluta está la parro– quia territorial, la diócesis como provincia, el sacerdote actual a nivel estructural, la propia elección de los obispos, la de los ministros, e incluso la del mismo Papa (10). Una nueva era se vislumbra y abre para la Iglesia; o como decía Pío XH en su tiempo, «una nueva primavera se aproxima para la Iglesia»; primavera que nosotros ya la vemos florecer, pues los cambios que arrastran consigo estas comunidades, y con ellas estos cambios de estructuras, son tan revolucionarios, revi– talizadores y germinantes, con tal empuje de nueva savia, que tal vez tengamos, sin tardar mucho, una Iglesia tan enteramente nueva y otra, que sea absolutamente distinta en su manera de ser y acomodación a este mundo en el que se tiene que encarnar, si, como es su misión, de veras quiere ser para él, «Sacramento Universal de Salvación». (10) Véase a este propósito el número 64 de la Revista CONCILIUM, abril, 1971. - 31-

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