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requiere una interrelación personal más profunda, que tome a la persona desde la base, desde abajo, y la promocione y eleve en una realidad más liberadora y personalizante, como dice el mismo autor refiriéndose a las Comunidades Cristianas de Base, sobre las que hace recaer la solución plena a esa crisis existencial y urbana de la persona, y sobre las que, como él, en solución radical a ese hombre urbanita, también nosotros nos inclinamos; solución que a nuestro juicio es la que merece y sobre la que A. Alonso escribe: «hay que buscar esas comunidades humanas, liberadoras y personalizantes que son, por hoy, las Comunidades Eclesiales de Base» (2). En frase del Cardenal Suenens, es lo mejor que ha producido la Iglesia después del Concilio; y su aparición está condicionada, en parte, por ese medio urbano, anteriormente estudiado. Decimos «en parte», porque también se dan unos profundos motivos sociológicos eclesiales, o como decimos en la cuarta parte de este libro al estudiar este tema, «Sociogénesis de esas Comunidades desde dentro de la Iglesia» son las que han promo– vido la aparición de estos grupos. Pero, en última instancia, todo está motivado por el am– biente y la sensibilidad más puramente sociológicas, a nivel profano, de la calle, que penetra profundamente en el interior de la Iglesia. El mundo ha cambiado y, en consecuencia, la Iglesia también, porque ésta está enclavada en aquél, y «el hombre moderno», como ha perdido las cualidades protectoras en que se apoyaban las precedentes generaciones, nos dirá Carrier, siente la necesidad de volver a encontrar una «Morada» fija, la segu– ridad de una comunidad de fe» (3). (2) lbidem. (3) CARRIER; PIN., «Ensayos de Sociología Religiosa», Razón y Fe, (Madrid), 1969, p. 376. -34-

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