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hombres en la gran ciudad, podemos decir que es antinatural y no normal en su más profunda esencia de hombre; pues el ser humano no está hecho para vivir en solitario, y menos, en soli– tario en medio de los demás. De ahí que no nos extrañe que enferme, como hemos apuntado, y que como nos confirman los psiquiatras de hoy, la plaga más grande de la llamada civilización moderna, sean las enfermedades psíquicas y nerviosas. El, con ansias de grandeza, de poder, de ser, se ve orillado, marginado, y la mayor parte de las veces, olvidado por el resto; y esto es algo a lo que su ser de hombre no puede acostumbrarse, ni aceptar nunca, pues, ser admitido, y, en cierto modo, admirado por los demás, es tan de su ser como su misma esencia de hombre. Por eso, el que el hombre al menos busque la comuni– dad, es inherente a su ser social, y algo innato en él. Así nos lo afirma Pin cuando escribe: «El hombre (...) mal integrado es esencialmente un aislado que debe hacer solo su camino, y sufre con este aislamiento. El hombre (...) anda en busca de comunidad» (15). Pero el ajetreo, las prisas, la movilidad impuesta por la gran ciudad a nivel ocupacional, o de compromiso, no se lo permitirá; por lo que no tendrá más remedio que, o hacer un alto en el camino y decirse un «stop» con toda su energía para encontrar ese grupo primario que necesita y en él a sí mismo, o estallar, en esa angustia, en una salida anormal y desesperada que sea su propia destrucción. A esto Antonio Alonso tiene escrita una profunda página de observación y conocimiento del hombre y de la ciudad cuando dice: en la megápolis «los contactos humanos son cada vez más superficiales». Encuentros numerosos pero rápidos y ligeros, reali- (15) CARRIER, PIN, o. c., p. 278. - 27 -

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