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CAPITULO IV EL HOMBRE URBANO, BUSCA LA COMUNIDAD El hombre es por esencia un animal social, nos dice Aris– tóteles, y suena a slogan en todos aquellos que tengan una cierta cultura sociológica por pequeña que sea. Así nos lo recuerda también el Concilio en la G. et S. cuando dice que «el hombre es, en efecto, por su íntima naturaleza un ser social». Pero aún va más allá, mucho más, cuando añade que «no puede vivir ni desplegar sus cualidades sin relacionarse con los demás» (N. 12). En efecto: el hombre, para que pueda realizarse, necesita de los otros, de la comunidad, pues «el desarrollo integral del hombre no puede darse sin el desarrollo solidario de la huma– nidad» (Pop. Prog. N. 25), ya que «Dios (...) ha querido que los hombres constituyan una sola familia y se traten entre sí con espíritu de hermanos» (N. 24). De ahí que la busque ansiosamente, y enferme si no la halla. Y de ahí también esa necesidad psico-sociológica de huir de la masificación, alienación y anonimato, y realizarse integralmente ante y entre sus semejantes. Bajo todo esto hay como un mandato oculto y callado de la naturaleza, cuando el hombre, solitario en la gran urbe busca ansiosamente la comunidad. Tal como se desenvuelve la vida de la mayor parte de los -26-
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