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natural ha disminuido. Como domina mejor los fenómenos natu– rales, el ciudadano no recurre con tanta frecuencia a sus fuerzas sobrenaturales para resolver los problemas de su existencia». «La ciencia, la técnica, el cálculo, han tomado el lugar de la experiencia secular» (9), y el hombre las conoce, y según ellas obra. De sobra es conocido, y como dato curioso de secularización, lo apuntamos, la cantidad de novenas, triduos, rogativas y oracio– nes imperadas de los obispos para pedir la lluvia, que ha quitado por ejemplo en nuestra patria, el «hombre del tiempo», con sus pronósticos metereológicos. Por eso, en adelante, un aldeano que necesite riego para el campo, uno que planee unas vacaciones o fin de semana, o quien pretenda hacer una travesía por el mar con tiempo apacible y sosegado, no se le ocurrirá en principio recurrir a tal o cual santo, ni rezar a Dios para que haga «su» tiempo, sino que esperará al Telediario, bien de mediodía o de la noche, para saber donde se hallan enclavadas la borrasca o el anticiclón que le interese. No se prescinde de Dios; se cuenta con la naturaleza que tiene sus leyes, leyes que en última instancia el Señor le ha puesto, y que no las va a quebrantar o suspender por un capricho nuestro, o para satisfacernos a placer, sino que las seguirá, y que nosotros, de alguna manera, también debemos cumplir. Este ceder, pues, su puesto a la naturaleza, colocarla donde debe estar, dejarle cumplir el papel que de un modo autónomo Dios le ha confiado, sin pretender colgarle espíritus allá donde se encuentra más oscura, porque su inteligencia no haya penetra– do todavía, se le conoce hoy de una manera determinante, lo decimos de nuevo, con el término SECULARIZACION. Que lejos (9) Ibídem. p. 295. - 20-

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