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cuando ven proclamarse propietarios, con más derecho, según los que lo dicen, de aquello que a ellos les pertenece por origen, por invento y por trabajo, en una palabra, por justicia; pero que no lo han asimilado tan perfectamente como aquellos. «El tipo de sociedad industrial, sigue el Concilio, se extiende paulatinamente, llevando a unos países a una economía de opu– lencia y transformando profundamente concepciones y condicio– nes milenarias de la. vida social. La civilización urbana tiende a un predominio análogo por el aumento de las ciudades y de su población, y por la tendencia a la urbanización, que se extiende a las zonas rurales» (2). Todo esto reporta, seguimos en la línea del Concilio, unos cambios sociales verdaderamente profundos, no valiendo para esta nueva Sociedad el modo de vivir rural. Aparecen por vez primera los grandes núcleos urbanos, como consecuencia de la aglomeración industrial; núcleos urbanos más difícilmente transi– tables y menos ágiles para moverse en ellos, por lo que nos trae el vértigo de la vida moderna. Si a esto añadimos el bombardeo continuo de la propaganda propio de la sociedad de consumo, creándonos necesidades siem– pre nuevas, y el afán de cubrirlas sin poder lograrlo nunca com– pletamente, veremos que nos crea una tensión psíquica y nerviosa que es la alarma de médicos y psicólogos a la que califican actualmente como «plaga de la humanidad», y lo que hace que la ciudad se convierta en no pocas ocasiones en un auténtico infierno, que contrasta con la tranquilidad y la calma bucólica de nuestros· pueblos que anteriormente habitábamos en la paz sose– gada, casi monótona, del campo. Como la religión es una encarnación en la historia, en la (2) Ibidem. - 15 -

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