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uno, y de la comunidad en sí. Y esto rebasa la gran .masa de cristianos que tenemos donde no se puede llevar a efecto estas inclinaciones carismáticas de cada uno, que por ser cristianas, deben vivirse a nivel comunidad, pues el cristianismo no es indi– vidualismo, sino esencialmente comunidad (comunitario). De esta forma esta pluriformidad de Comunidades Cristianas de Base, pueden ser la solución para aquellos cristianos que están insatisfechos en la gran masa de creyentes, y que buscan mayor comunicación, más auténtica comunidad, y mayor interrelación en el grupo. Esta pluriformidad de tendencias, de estilos de vida, de formas de expresar su fe, la vemos desde el principio del cris– tianismo; cada una de las comunidades manifiesta una «perso– nalidad» distinta: tienen sus problemas específicos, soluciones distintas, y deficiencias propias. Cada una mirará a sí misma, y se solucionará todo eso, pero guardando siempre la unidad con las demás comunidades, y sin romper nunca la comunión eclesial. «Como prototipo, dice Use.ros, por ser las más conocidas, sirven las comunidades de Jerusalén, Antioquía y Corinto, cuya expe– riencia concreta resulta aleccionadora y edificante para nuestra coyuntura actual» (23). Otra función muy importante de las pequeñas comunidades, es la de suscitar el sentido de pertenencia a la Iglesia, cosa que no se da en las actuales mega-asambleas. La iglesia no tiene más remedio que estructurarse por sí misma, ofreciendo a los fieles las comunidades de base necesarias para que vivan el sentimiento de ser aceptado por.los demás. Y en este contexto es donde tiene sentido la alarma de los Obispos suizos, que hemos apuntado antes, cuando analizan el (23) USEROS, M. o. c., p. 21. -114-

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