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Venosa, los elizabetianos T. Weelkes y J. Wilbey, G. Bardos y O. Messiaen (1980 ... ) y otros representativos de escuelas y modos menos trillados. En la programación se cuidó la calidad y distribución equili– brada de formas musicales, reservando una parte al folklore re– gional. Poco a poco se ha ganado en flexibilidad, alternando mú– sica «seria» con otra elegantemente festiva, incluyendo, en oca– siones, para disipar la tensión, negros espirituales afiligranados, de Trillart, Chailley, Burleigh y otros. El complejo abanico de sus programas cautivó, en más de una ocasión, a los comentaristas que destacaron la dificultad de lograr el temple interpretativo adecuado a estilos dispares en sumo gra– do. Epílogo breve Las palabras del fundador de la Coral, dichas al regreso de un gran éxito, nos sirven de colofón: «Hemos sido capaces de sobre– ponernos a las dificultades y lograr una realidad artística muy estimable, según la crítica, de lo que debe ser la música coral. Gracias a los que participáis en esta especie de locura del Coro de Elizondo». 48 Lecároz, 1983 Claudio Zudaire

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