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vincia de Cumaná subsistan en sus pueblos y no se vayan a las hacien– das de cacao de la costa y provincia de Caracas. (25 de mayo de 1752). Ni son tan flojos los indios para el trabajo, como muchas veces se decía y se dice, ni dejan de sentir los pinchazos de la curiosidad. ¿No supimos recientemente de un grupo de indios, que hizo un viaje de varios cientos de kilómetros a pie por sólo saber si era verdad que había hombres negros? La conclusión final de todo esto es la ya dada por el P. José Fran– cisco de Caracas: que hasta los indios de las Misiones aprendían en determinado lapso de tiempo el castellano, no sólo para dejarse enten– der, sino con perfección. Dentro todavía de este capítulo, quiero referirme, aunque apenas de pasada, al episodio lingüístico, que un avieso francés de Martinica de apellido Sartén, le creó al entonces Gobernador de Cumaná (17 33), Don Carlos Sucre. Según él, los indios de la península de Paria no querían rezar ni ser adoctrinados sino en francés y además no querían misioneros que usaran barba. Poco faltó para que el Gobernador cayera en la trampa y les diera ese punto de apoyo. Aquello sería hoy otra Cayena u otro Esequibo. Y antes de dar un adiós a este campo y período de las antiguas Misiones, debo cumplir un deber de conciencia dando marcha atrás y recordando a los misioneros dominicos y franciscanos de Chiribichi (Santa Fe) y Cumaná. Han llegado hasta nosotros informes muy pre– cisos del entonces clérigo Las Casas, Fernández de Oviedo, López de Gómara, Juan de Castellanos y sobre todo de Pedro Márti:..· de Angle– ría, según los cuales en Cumaná existió la primera escuela-granja de la Tierra Firme para los indígenas, verdadero Colegio con enseñanza del castellano, cultivo de huertos y pesca con chinchorro. Y lo que es más notable y digno de loa, dentro de esta excursión histórica con especial atención a los temas lingüísticos, gracias al dominico Fray Tomás Ortiz como informante y al cronista Anglería como amanuense, tenemos las primeras palabras y las descripciones de las cosas, de la flora y fauna de la serranía y costa de Mochima y los detalles artís– ticos de las danzas y pantomimas de aquellos indios y hasta un texto literario, un cantar, aunque brevísimo; pero es que así, brevísimos, son los cantares de nuestros indios. Pienso que no se podrá encontrar un texto literario más antiguo. Hace ya tiempo reparé en él y lo publí- -38-

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