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JEREMIAS DE VALAQUIA 123 No deseaba éxtasis El secreto de su vida santa y de su desvelado trabajo en favor de los hermanos se encuentra en la intimidad con Dios, que cultiva– ba con la oración prolongada e intensa. Los hermanos que con él convivieron dan testimonio, unánimes y llenos de admiración, de que pasaba muchas horas de la noche en la capilla de la enfermería, a pesar de la fatiga de todo el día, que jamás se la ahorraba asis– tiendo a los enfermos. Era un auténtico enamorado de Dios. De él hablaba con el ros– tro encendido y con un ardor capaz de conmover a cualquiera . que lo escuchara. Muchas veces repetía, casi con los mismos acentos de Francisco de Asís: «Amemos a este gran Dios que tanto merece ser amado. ¡Amémosle porque es infinitamente bueno y ha hecho tanto por nosotros!». El amor de Dios pasaba para él a través de Jesús crucificado y de la virgen Madre. Su palabra habitual de ánimo era ésta: «¡Con– fiemos en la sangre de Jesucristo, derramada por nosotros, y en la virgen María, que es nuestra madrecita!». Una noche, probablemente en la vigilia de la Asunción de 1608, se le apareció Nuestra Señora envuelta en un esplendor sobrehuma– no. Fray Jeremías, en un éxtasis de felicidad y amor, abrió sus gran– des ojos, contempló la belleza inefable de la Madre de Dios, y luego, observando un detalle inédito para él, con filial confianza, preguntó: - Señora mía, ¿eres Reina y no llevas corona? Y María, con entrañable ternura, replica estrechando contra el pecho al Niño Jesús. - Fray Jeremías, mi corona es este Hijo mío. Su confesor y primer biógrafo refiere que aquella maravillosa visión dejó impreso tal reverbero de luz celestial en el rostro del humilde vidente que fue imposible ocultar el extraordinario fenóme– no y lo confió al íntimo amigo, fray Pacífico de Salerno. No tardó en difundirse la noticia entre los hermanos y amigos. La princesa doña Isabel Della Rovere encargó un cuadro a un pin– tor, y se preocupó de que fuera reproducido mediante incisión en madera en ce_ntenares de copias. La Virgen de fray Jeremías se hizo popular en la ciudad y en el reino de Nápoles.

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