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JEREMIAS DE VALAQUIA 121 Estamos en el mes de mayo de 1578. Jon Kostist tomó el hábi– to capuchino en el convento de Sessa Aurunca y recibió el nombre de fray Jeremías con el cual ha pasado a la historia. Al año siguien– te, exactamente el 8 de mayo de 1579, emitió la profesión religiosa comprometiéndose a observar toda la vida la regla de los hermanos menores. Desde esta fecha hasta 1584 pasó con varios menesteres a diversos conventos, entre ellos a S. Efrén Antiguo de Nápoles y a Pozzuoli. En 1585 lo encontramos en el convento de S. Efrén Nuevo con la misión de atender a los enfermos en la gran enferme– ría de los frailes. Allí permaneció durante cuarenta años continuos hasta su muerte, acaecida el 5 de marzo de 1625. Se puso al lado de los últimos Fray Jeremías había aprendido de su madre, y luego lo había ahondado en la escuela del Pobrecillo de Asís, a prodigarse en fa– vor de los pobres, a rendir el precio de su persona para aliviar penas y enjugar miserias. Todo lo que podía recoger en el convento y en la huerta, o que pudiera ahorrar de lo que estaba a su disposición, todo lo po– nía generosamente en manos de los pobres. «Era tan grande esta su misericordia y caridad -dice un testigo del proceso- que habría dado sus propios ojos a cualquiera». Quería que para los pobres no sólo no se cerrase la puerta del convento, sino que también en la huerta tuviesen entrada libre para coger lo que quisieran. Cuando los hermanos hortelanos pusieron una cerca, protestó enérgicamente y dijo «que ya no vendrían más aquellas cebollas gordas y hermosas como cuando la huerta estaba sin cercar y que semejante avaricia sería causa de carestía». Había que inspirarse en la liberalidad del Padre del cielo y dar gratuita y generosamente lo que Dios da a algunos con el fin de transmitirlo a los demás. Sus predilectos eran los pobres, los últimos, los que sufrían la penuria de todo. No que se afiliara a una sola parte; él no hacía discriminación
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