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rales, como el dolor de riñones, el dolor de estó– mago, el dolor de cabeza, etc., etc. Es evidente qu€ no todos los dolores internos valen para el arre– pentimiento y perdón de los pecados, sino solamen– te aquellos, que, además de internos, son sobre– naturales. - ¿Me permite contarle lo que me sucedió cuando era muy pequeño, cuando tenía unos siete u ocho años? - Cuenta, cuenta, que debe ser algo intere– sante. - Pues mire, resulta que yo me fui a confesar un día que me estaba doliendo muchísimo una muela. Pensé que era la mejor circunstancia para hacer una buena confesión. El confesor me pre– guntó si había formado el dolor y yo le dije que sí. Le dije exactamente estas palabras: «Sí,señor, traigo un grandísimo dolor de muelas». Y él me contestó: «Pues estás tú bien amolao. Anda, vete a tomar un calmante y ya te confesaré otro día». - iJa! ¡ja! ija!¿Yvolvistedespuésaconfesarte? - Sí, señor, pero ya me había preparado mi mamá. -Así, así tenían que hacer todas las madres del mundo. Vamos ya con la última nota característica del dolor de los pecados, que es universal. La palabra universal quiere decir que debe abarcar todos los pecados, al menos los mortales. Si dejamos fuera 77
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