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134 PRESENCIA NUEVA (1929-1998) La llegada de la Segunda República no fue un simple cambio político, sino un resurgir de viejos odios, ambiciones y rivalidades, acompañadas de violencia y libertinaje. En diciembre de 1930 aparece la sublevación de Jaca, y en Zaragoza se declara la huelga general. La revolucionarios expresan su instinto salvaje incendiando y saqueando iglesias y conventos de gran valor artís– tico en Madrid, Málaga y otros puntos de la geografía esrañola. Se esperaba que algo semejante sucediera en Zarago::a, donde exis– tían cuarenta mil anarcosindicalistas. Al proclamarse la República en abril de 1931, la multitud enardecida lanzaba gritos de odio contra la gente de la Iglesia. Muchos religiosos y religiosas de otras Congregaciones, temiendo por sus vidas, abandonaban sus conventos. El cronista de nuestra Fraternidad capuchina de Torrero dice que la noche del E al 13 de abril, un grupo de mozalbetes comenzaron a apedrear la residencia de los capu– chinos, lanzando con sus piedras insultos y desprecios. Ant,e esta situación el gobernador civil de Zaragoza tuvo que enviar algunm agentes de la policía a pernoctar en el convento a petición de los religicsos. Unos días después, el Superior de esta Fraternidad creyó oportuno el proveer a todos los religiosos de un traje seglar ante el :;,asible caso de tener que huir. Ante las noticias alarmantes de que la chusma intentó pegar fuego al seminario Conciliar y al Palacio episcopal, muchos amigos comenzaron a ofrecer a los capuchinos sus coches y s·-1s pisos donde alojarse, pero ellos permanecieron valientes en el conver:to. La Guardia Civil pernoctaba con frecuencia con ellos. El cronista de nuestra Fraternidad capuchina se lame::1taba ante esta situación diciendo: «. . . la obra meritísima que los capuchinos llevamos a cabe en este apartado barrio de Zaragoza tropieza también con grandes dificultades. La mayor de todas ellas es la falta de asistencia por parte de la autoridad en el ej~rcicio de nuestro ministerio y la insolencia de gran parte del público que nos rodea antes respetuoso y ahora francamente hostil. Realmente los que vivimos los prrneros tiempos de nuestra fundación en Zaragoza podemos apreciar el cambio enorme que desgracia– damente se ha operado en nuestro derredor». Con el paso de los meses los peligros de la revoluciór_ crecían. En la mañana del 24 de junio de 1933 aparecieron incendiadas las tapias de madera que rodeaban el solar de los capuchinos destinado a la construc– ción de la futura iglesia. Y otra mañana del 9 de noviembre del mismo año, mientras el P. Cristóbal de Eraul estaba confesando en la capilla y se celebraba la misa, cuatro desalmados penetraron en el templo, lanzando varias botellas de líquido inflamable, explotando una de ellas, hasta producirse un incendio que fue apagado por los mismos reJgiosos, ya que se les impidió llegar a los bomberos.
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