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... -272- crificio y de valor, para aceptar las responsabilidades a que la vida nos exponga. El discípulo de Jesucristo mi– rará atentamente si la política vulnera algún derecho sagrado del alma; y si le exige lo que es de Dios, la. educación de sus hijos, el honor debido a Dios, la fe en la palabra revelada; si le compromete en empresas in– morales, si, en una palabra, invade los derechos de Dios, en ese caso sabrá dar a Dios lo suyo; reparar en el sello e inscripción que su alma lleva impr~sos, y mo– rir antes de entregar al César lo que es de Dios. En los tiempos que corremos, se hace general el desconocimiento de esta distinción; se sostiene como tésis la oposición sistemática entre los deberes públicos y los deberes cristianos, y en esa oposición· encuentran muchos que se llaman buenos, escusas para claudicar y dejar incumplidos los deberes de su conciencia cristiana. Repitamos por tanto: no, no hay tal oposición funda– mental: el conflicto lo provocan los hombres, no las co· sas, está en la pasión que ciega, no en la realidad; pues si todos los poderes emanan de Dios, es evidente que, en si mismos, no pueden ser contradictorios ni excluirse mútuamente, ·sino que se completan y se armonizan. Buscar esa armonía es prudencia, consultar en cada caso al magisterio de la Iglesia, es mayor prudencia, y seguirlo, es elemental discreción para no equivocarse en cuestiones de tanta monta, como son las del orden social cristiano en relación con nuestra eterna salvación. Pero hacer separación y crear en la vida práctica el dualismo del hombre y del cristiano, dar su nombre a asociaciones políticas, porque se declara que ellas no quieren ocuparse de la religión, que solo se ocupan de

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