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-259- real Profeta cuando, intimado por el profeta a elegir en– tre varios castigos por susprevaricaciones, se atuvo a las sanciones en las que solo interviniera la mano de Dios, diciendo: «prefiero caer en manos de Dios, que en manos de los hombres.» Dios no separará jamás su amor de los rigores del castigo en esta vi.fa: los hombres ol– vidamos fácilmente que lo somos y nos erigimos en ley para oprimir a nuestros semejantes: el orgullo humano viste las pasiones más odiosas con el manto de la justi• cia, y se invocan el honor y la razón para ensafiarse contra et cuitado que tuvo la desgracia de ofender al hombre. Ved como Jesús pone de relieve, en la parábola que nos. ocupa, esta irritante crueldad, comparándose El como Dios en su proceder nobilísimo y santo con el ra– quitismo del hombrecillo ofendido. Debemos pensar que, si es mucho lo que se nos debe, infinitamente más es lo que debemos a Dios, y que el mejor modo de manifestar esta convicción, elemental en todo buen cristiano, es precisamente dar menos im– portancia a los pleitos que traemos con nuestros her– manos., cotejándolos con ta que tienen los pleitos que tenemos con et Supremo Juez; para invocar su miseri– cordia, el título más convincente es la· que nosotros usemos con los demás:«Perdónanos nuestras deudas, ast como nosotros perdonamos a nuestros deudores». Si esa palabra AS/ no expresa nuestra caridad atenuando los agravios y las deudas y poniendo bondad y amor fraterno, temblemos al rezar el «Padre nuestro», alega– mos ante el Padre que está en los cielos circunstancias agravantes de nuestros propios delitos, pues rechaza– mos la compensación aceptada por el Señor para satis-
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