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-255- ·mándoles, cómo, hasta la autoridad jerárquica de los su– yos debía tener carácter de servicio 11fectuoso, fraternal. y la caridad debía siempre templar los rigores de la jus– tici'a al llegar el caso del castigo. Jesús hablaba del or– den social entre cristianos; pero Simón Pedro entra en la conversación, mirando la cuestión desde el punto de vista personal, y pregunta por el número de veces que sería conveniente perdonar al hermano que lo ofen– diese; parecíale que s.iete veces serían más que sufi– cientes, supuesto que la conciencia moral de los judíos .se satisfacía con perdonar tres veces, y mas allá dejaba ·carta abierta para la ira y la venganza. Jesús responde resueltamente que: «no solamente habríamos de perdo– nar siete veces, sino hasta setenta veces siete». es decir. indefinidamente. Y como esta inagotable condescenden– cia chocal)a con los prejuicios de la conciencia judía, propone para esclarecer su doctrina la hermosa parábo– la que hemos oído leer hoy. Son dos acreedores y dos · deudores en escena; el uno debe a su sefiot una gruesa suma de dinero; el otro debe a este mismo deudor una .insignificante cantidad. Jesús puntualiza con insuperable maestría las circunstancias de ambos casos; el deudor a su sefior se ve tan agobiado por la magnitud de la .·deuda, que no podría pagarla ni aun vendiendo a su ,mujer y sus hijos, y reduciéndose a calidad de perpetuo esclavo; el segundo, es un compafiero, un igual, debe muy poco a su acreedor y puede razonablemente pedir plazos, pues la deuda será puntualmente satisfecha. Pues a pesar de la diferencia de dignidad y de la enor-· midad de la deuda, el siervo obtiene no ya plazos sino · perdón absoluto de sus cuentas; y él mismo, con ser
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