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-233- y la participación de sus méritos absolutamente indivi– dual y meritoria. La Virgen Madre fué escogida para revestir de nuestra carne al Hijo de Dios: la Iglesia nuestra madre es la esposa que da a Jesucristo los hijos de la redención por la incorporación de cada uno de nosotros al Hijo de la Virgen mediante el Bautismo. Este es el primer llamamiento a las bodas del Hijo del Rey, del cual degeneran muchos por faltarles la fiel cooperación a la gracia santificante. Para hacer más firme el lazo de unión y prevenir nuestros desfalleci– mientos Jesucristo instituyó un segundo llamamiento a bodas todavía más íntimas; El mismo se nos ofrece en convite, y nos llama a comerlo, a alimentarnos de su carne y de su sangre, asegurándonos con gravísimas aseveraciones que, si no le comemos, no podremos te– ner vida divina robusta; es él la encarnación del Hijo de María en cada uno de los comulgantes: es el desposorio en la tierra, prenda de la del cielo; así se hace relativa– mente fácil nuestra predestinación consumada por la se– mejanza que vamos adquiriendo con la imagen del Hijo de Dios, sin la cual no podríamos ser reconocidos por los suyos. El es el modelo según el cual todo fué ·hecho, y la causa ejemplar y meritoria según la cual todo fué rehabilitado. Cuando haya acabado nuestra peregri– nación en este mundo, y, en las fronteras del otro, reci– bamos el abrazo eterno de amistad, nuestra unión con· jesucristo será perfecta: el desposorio se habrá con– sumado, será indisoluble, y su reino será definitivamen– te nuestro reino. He aquf hasta donde llega y por qué grados la vocación de cristianos, la invitación a entrar en las bodas del Hijo del Rey.

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