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-207- que distraía miserablemente su atención, estaba el amor de Dios y et amor del prójimo. Si pues la fuerza de la lógica los llevaba a ver en sus libros santos, ante todo y sobre todo, lo divino, lo espiritual, una regla .de fe y . de conducta en orden a los destinos trascendentales de todo hombre que viene a este mundo, tendrían que en– trar en la escuela de Cristo, revelación personal de Dios en la tierra. Pregúntales pues: «El Cristo que vos– otros esperáis, de quién es hijo?» ... No les dice «de quién soy Yo hijo?»; pues ellcis no ven en esto cuestión alguna; se obstinan en ver a Jesús como el hijo del po-– bre artesano y nada más. Pero teniendo ante sus ojo& la vida, los milagros, las palabra::,, la sabiduría de J esú& de Nazaret; y siendo evidente que en El se cumplían las profecías y se verificaban todos los signos del Me– sías esperado, cuya naturaleza divina expresaban las Escrituras en todas sus páginas, la pregunta abstracta sobre la naturaleza del Cristo los ponía en el trance de decir la verdad, si la sabían, o de aparecer ignorantes de los principios fundamentales de su religión. He aquí la contestación y la réplica. El Cristo, dicen ellos, es. hijo de David. ¿Pero cómo entonces, David le llama su Sefior cuando dice en el Salmo hablando de Dios Padre; «Qijo el Sefior a mi Sefior» sfentate a mi derecha? «¿si es sefior de David el Cristo, como puede ser su hijo? » Aquellos arrogantes doctores no podían negar el sentido mesiánico del salmo citado por Jesús, ni la cua– lidad trascendental que él señalaba en el Mesías llama– do por Jehová a compartir su trono, y ser heredero del sefiorío sobre todas las gentes, mientras sus enemigos. van cayendo sucesivamente debajo de sus plantas. Por

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