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-206- le una palabra,· ni hubo ya quien desde aquel dfa osase hacerle más preguntas. Aclaración literal del texto. La predicación de Jesús y sus obras prodigiosas. habían ya conmovido toda Judea y Galilea; el entusias– mo popular era un hecho indiscutible que irritaba pro– gresivamente el odio del partido jerárquico judío; se acercaba el momento del asalto final, y las escenas pro– vocadas por los jurados enem1gos del Salvador se pro– ducían más frecuentes y más agrias. Tal es la que nos ofrece hoy la página del evangelio; se desarrolló en el último viaje a Jerusalén; los escribas y fariseos, los sa– duceos y herodianos mancomunados para hostilizar al Maestro Divino habían pactado treguas en sus irreduc– tibles puntos de vista legales y doctrinales, y sucesiva– mente sometieron a Jesús cuestiones y casos de con– ciencia para probarle y asirse de sus palabras y acusar– le. La última pregunta fué hecha por un legisperito que deseó saber cual era el primero y principal mandamien– to de la l~y; la respuesta de Jesús, como habéis oído, fué precisa, clara y completa; el Doctor no pudo menos de admirarla y aún de aplaudirla. Ante el silencio que se produjo y dirigiéndose Jesús a los diversos grupos que lo asediaban y discurrían quizá nuevos cuestiona- . rios, el Divino Maestro hace la pregunta más compro– metedora para aquellas conciencias obstinadas en su ceguera. Estaban de acuerdo con El en que sobre todos los preceptos legales, y dominando la vana casuística

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