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- 199- El conoce quien es cada uno, y elige a todos para su personal destino. Por lo mismo nos aconseja modestia, oración, espíritu de sacrificio como Jpreparación a ocu– par altos puestos; y cuando observa que sus discípulos contagiados de la vanidad farisaica, aun coloreada por el deseo de estar más cerca del Maestro en el Reino que se avecina, disputan entre sí la supremacía, los re– prende y les hace notar la diferencia que en su escuela debe existir de las máximas del mundo y de los reinos de la tierra, donde los que mandan oprimen a los súb– ditos y hacen ostentación de su autoridad. Bien conocía Jesucristo el flaco del corazón humano que se paga de apariencias y que, aún amándole y creyendo su doctri– na, siente nostalgias de elevados puestos y ansia de alabanzas humanas. ¿No es verdad que también entre los seguidores de jesús existe la tendencia a regularlo todo por el código de los honores y surgen las envidias y las rifias del manantial de las concupiscencias desen– frenadas, como dice el apóstol Santiago?.. ¡Ah! con demasiada frecuencia el honorcillo pueril, los puntillos de honra, la precedencia ocupan la atención de almas buenas al parecer, consumen preciosas energías y mo– tivan rencillas y divisiones entre hermanos. No se mira la responsabilidad del puesto ambicionado, no preocupa el hacerse digno de la confianza de Dios y de los hom– bres, no se confía en el llamamiento divino, ni se tiene paciencia para ser llamados, sino ciegamente se asaltan los primeros asientos, buscando el sufragio popular amafiado, venal y mudable, aunque la conciencia grite la insuficiencia para el oficio que se trata de represen– tar sin desempeflarlo bien. Es el falseamiento de la vida

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