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-182- Dejemos nosotros a un lado el aspecto intensamen– te dramático del suceso, y miremos atentamente la acti– tud de Jesús ante la desolación de aquella triste madre; descubriremos en la honda simpatía que inspira al Co– razón divino la razón primera del honor que el Evan– gelio ha devuelto a todas las madres, rehabilitándolas del desprecio a ellas inferido por el mundo pagano. Po– demos presentir la importancia que en el ·pensamiento de Dios tiene la maternidad para el bien del género hu· mano, con solo leer la página primera del Evangelio, donde encontramos al embajador celestial tratando el trascendental negocio de la Redención con una donce– lla purísima, destinada a vestir de carne al Verbo Divi– no. El resultado de aquella entrevista marca en la tier– ra el punto por donde comienza la salvación de la· hu– manidad; aparece la Virgen-Madre, la maternidad ele– vada a su más alta potencia y dignificando la de las otras mujereb hasta hacerlas, por este solo concepto, superiores a toda grandeza humana. Es un pedestal que se apoya en Dios, y eleva las funciones maternales ha– ciendo a Dios objeto de ellas. Jesucristo aparece en el mundo apoyado en su Santísima Madre: en su regazo recibe las primeras adoraciones; en sus brazos es levan– tado ante el Altfsimo como víctima expiatoria; del la– do de su Madre sale después de treinta años para adoc– trinar al mundo; ante los ojos de su divina Madre se in– mola en la cruz, y de los brazos de la cruz cae en los brazos de María como holocausto perfecto aceptado por la Justicia de Dios. La perspectiva lejana de esta divi– na Mujer sostuvo a las mujeres del antiguo · Testamen– to en el honor que no conocieron los pueblos gentiles;
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