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-174- verdad de esa afirmación divina. La fascinación que los bienes de la tierra ejercen sobre nuestro espíritu es demasiado fuerte, para amarlos, apasionarse por,ellos y, al propio tiempo, mirar hacia arriba y servir a Dios. La , angustia sostenida por enriquecerse, falsea luego las ideas cristianas, no se fía de Dios o, si lo invoca, es pa– ra interesarlo eri los negocios: una de las mayores in– culpaciones que suelen hacerse a muchos católicos es negociar con sus creencias, y ser duros con su prójimo por la avaricia que los domina y les hace temer que se quedarán pobres, si no acaparan mucho y guardan con ansiedad para el día de mafiana. La avaricia, dice S. Jerónimo, se diferencia de los otros vicios en que estos decrecen y aún se apagan con los afiús, pero el avaro se hace más avaro en la ancianidad y llega a me– talizarse. La avaricia de los bienes de la tierra se mue– stra en la juventud y en la edad varonil por la fiebre de ganar mucho dinero, pensando con verdadera angus– stia en el día de mafiana: y en la ancianidad por el te– mor de perder lo acumulado; es la servidumbre del al– ma al dinero de que habla el Evangelio. Por el contrario, la fe sencilla y la confianza filial en la Providencia Divina, impulsa a un trabajo ordenado para merecer los bienes de la tierra, ganándose el pan con el sudor de su frente; pero, satisfechas las necesi– dades y las atenciones de la vida propia y la de los su– yos, hace gozar de la paz, seguros de que Dios no nos abandona: da la paz al alma que ve a Dios sobre sí, aun en medio de las privaciones y de los dolores inevitables de esta vida mortal; efecto de esta paz interior es la paz con sus semejantes y la justicia en sus relaciones

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