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-172- sión de la tierra y adora solamente una divinidad, el dinero,· y teme solo un mal, el perderlo; y tiembla ante el míto del ACASO que le puede traer la mala fortuna puesto que St! declara independiente de Dios en la po– sesión y goce de los bienes de acá abajo. Tal es la herejía contemporánea por la que retrogradan tantos cristianos a la mentalidad y a la vida materializada de los judíos, anatematizada por le palabra convin– cente del Divino Maestro. No se dan cuenta de que el dogma de la Divina Providencia es inseparable de la fe en la existencia misma de Dios; de Dios que es sabio y da a sus criaturas cuanto necesitan para llegar a su des- · tino; que es bueno y no puede abandonar las criaturas salidas de sus manos por amor; que es Santo y lo orde– na todo al bien transcendental de su gloria y de nues– tra felicidad inseparablemente unidas; de Dios, en fin, que es justo y puede y quiere dar a cada uno según sus obras. Quien vive como quien sabe que anda por la tierra bajo las miradas amorosas ·del Padre que está en los cielos, es bueno, es santo, es justo como El: en esa presencia soberana encuentra el hombre creyente el fundamento de su rectitud, en esa Providencia, la ba– se de sus deberes, la compensación del desconocimien– to de los hombres y la razón suprema de todas las sin– razones de la tierra. La Providencia Divina ilu,mina el oscuro horizonte del dolor que nos aflige, pues nos en– seña cómo el Padre que nos ama mide y pesa nuestros males aflictivos, y con ellos compensa el mal de culpa que nos afea, y nos da lugar para expiarlo, y para aplacar la eterna Justicia, y recobrar la paz del alma. Los que se hacen de los escandalizados ante los
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