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-170- de los libros santos, lo esperaban todo de la tierra: el Cristo les daría la posesión de ella, era Israel duefio de las riquezas del suelo por derecho de herencia: y todas sus aspiraciones eran procurar hacer efectivo ese pre– tendido derecho: cuantos se lo estorbasen serían tiranos, y los que ensefiaran otra cosa eran traidores; su religión, su culto, su Dios no eran fin, ideal social o individual, era medio para poseer el reino terrenal que Jehová ha– bía prometido a Abrahán y a Jacob; cuanto hacían por reconquistar ese reino, lo tenían por santo y bueno; eran avarientos buscadores de oro por sistema, por vocación: habían hecho, como dice S. Agustín, del dinero un fin y de Dios un medio para poseerlo. Pero el Reino de Dios predicado y !fundado por Jesucristo presuponía el abandono absoluto de ese falso miraje: el mundo era contemplado con vistas a la eternidad; lo material con la luz de lo espiritual y todo cambiaba de aspecto. El punto de vista cristiano eleva el corazón a la confianza en Dios a quien llama Padre y a quien implora diaria- · mente en demanda del pan que alimenta la vida del cuer– po; de aquí surge el fundamento del orden cristiano que es la seguridad en la acción de la Providencia Divina descrita en el Evangelio con imágenes encantadoras que reflejan la Sabiduría y el Amor divino de quien las pro- . pone a nuestra mente, solicitándola a fiar de Dios y a no angustiarse por las cosas materiales de esta triste y corta vida. El alma vale más que el cuerpo, el cuerpo vale más que su vestido, y el hombre todo vale más que las aves del cielo y que los lirios del campo, alimentados y vestidos por el Padre celestial con tanta esplendidez que ni Salomón en su mayor grandeza se vistió como
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