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-16S- se el Corazón de Jesús ante aquella súplica y aquel do– lor tan amargo? se detiene y les concede lo qne piden, mandándoles que vayan enseguida a presentarse a los sacerdotes hebreos quienes les darán el certificado nece– sario para poder regresar al seno de su familia, como limpios ya de la lepra. Ved cómo corren aquellos hombres, entre los cuales había uno samaritano, que no era judío de nación; cuando iban así a cumplir el mandato del Divi– no Maestro, notaron efectivamente que su piel iba que– dando limpia y tersa como la de los nifios; ya· no sentían dolor alguno, ni percibían el insufrible olor de la lepra; se palpan la cara y las manos y ven que estan sanos y bue– nos. Nueve de ellos aprietan el paso y no se acuerdan más de su Divino Biel)hechor; pero el samaritano se vuel– ve atrás y no para hasta encontrar a Jesús: y, en cuanto lo divisa, comienza a dar voces bendiciendo su Bondad y dándole gracias públicamente por el favor recibido. ¿Quién fué el agradecido?.. un pobre extranjero; ¡qué verguenza para aquellos otros ingratos, conocedores de las promesas de Dios, pero, tan afanosos de entrar a gozar de los bie– nes sociales, que ni se acuerdan de Jesús. Así lo expresó Jesús amargamente. ¡Cómo le ofende la ingratitud! .. ¿No os parece que aquellos otros nueve leprosos merecían que la lepra los cubriera de nuevo y consumiera sus car– nes? Quizá sucedió así, pues al alabar el Sefior la conduc– ta del samaritano IEi dijo: «tu fe te ha sanado, vete en paz»: y los otros?.. Desgrac~adamente la ingratitud ·es enfermedad muy común entre los hombres y aun entre los nifios. Cuando os veis afligidos por una d,olencia, puestos en un peligro o ante la amenaza de una desgracia de familia, luego co– menzáis a rezar, a invocar a Dios, a llamarle para que os ayude; es a lo mejor un chico en días de exámenes; tiene mucho miedo de que lo suspendan; y, aunque haya sido
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