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-164- Explicación para los niños Quizá ninguno de vosotros ha visto un leproso; quien lo ha visto no olvida jamás aquella cara roída por la te– rrible plaga, los ojos hundidos en sus orbitas, la na– riz quizá del todo consumida: a veces se les caen a los pobrecitos las falanges de los dedos, tienen unas manos purulentas, monstruosas, y el cuerpo entero lleno de manchas blancas primero y después azuladas que anun– cian la descomposición misma de la muerte. Como la lepra es tan contagiosa, los atacados de ella son separados de sus familias y de los pueblos donde vi– vían: y, donde se puede, se les reune en leproserías cuya situación se anuncia desde lejos a los viajeros; y sin ne– cesidad de letreros, el hedor que trasciende a mucha dis– tancia está avisando que nadie se acerque a los apesta– dos. Ya podéis suponer el aislamiento tan triste en que viven. Abnegados misioneros son únicamente quienes van a verles, a consolarles y administrarles los santos sacra– mentos, hablarles de Dios y sostener su espíritu en san– ta paciencia, mientras les llega la hora de la muerte que es para ellos gran alivio. Pues bien, diez de estos des– graciados, apartados de la sociedad judía en un campo vecino al camino por donde pasaba Jesús, rodeado de mu– cha gente, se acercaron cuanto les fué permitido, y, como habéis oído contar en el Evangelio, pidieron humildemen– te a Jesús que los curase. ¿Cómo no había de conmover-
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