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-163- de manera que sea fácil haUarlo en el momento preci– .so. En lo que es necesario no pueden haber vagueda– des ni incertidumbres, de lo contrario, sería inútil para una grán mayoría. Ved cómo Jesús, el Redentor, el Maestro es una augusta realidad visible, comprobable y que no puede confundirse con un mito o un ideal abs– tracto. La Iglesia en la que necesitamos entrar, vivir y morir es realidad histórica, un cuerpo tangible con su cabeza visible a quien podemos ver y escuchar. El dog– ma está condensado en un símbolo preciso, y la moral cristiana en un decálogo simplicismo. El honor debido a Dios es sensible por el culto exterior: nuestra vida interior está garantizada con un Pan sobresubtancial que encontramos en lugares determinados de nues– tros templos: y ¿faltaría el signo sensible que nos ase– gurase la reconcilición con Dios Nuestro Sefíor?... Por lo mismo, aunque humillante para el orgu1lo humano aceptemos la condición del perdón: ella nos propor– ciona la certeza humana que necesitamos en asunto tan transcendental. Si nos parece subido el precio ae la paz del alma, pensemos que es Dios quien lo pone, y que El sabe lo que vale más que nosotros, menguados apre– ciadores de los valores divinos y del valor real de nues– tra propia alma, por la cual Jesucristo dió su vida y su sangre y ha hecho tantos prodigios de amor.

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