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-159- to tiene el poder privativo de Dios para perdonarlo, pe– ro, como ha establecido su Religión basada en un orden. social, no quiere que nadie se sienta limpio del pecado cierta y sensiblemente cometido, sin que cierta y sensi– blemente se demuestre que ha sido perdonado. Para es– ta función sagrada ha delegado su poder divino en los sacerdotes de la Nueva Ley, de manera que el pecador, rebelde a presentarse a ellos, no puede gloriarse de es– tar limpio; ha de hacer el acto de obediencia, de fe, de humildad que exigió el Sefior a los leprosos: si se hu– bieran negado a practicar la diUgencia que condiciona– ba a su curación vana hubiera resultado su confianza en Jesucristo que podía y quería sanarlos. Ante la sistemática resistencia que el orgullo hu– mano ha opuesto al precepto divino de la confesion sa– cramental se han invocado las razones mas especiosas para rehuir el cumplimiento de la condición impuesta por la misericordia divina. Los pecadores se allanan a pedir perdon a Dios, pero se reservan ellos condicionar– lo e invierten el orden de la justicia y aun del sentido común. Efectivamente, todos admiten la existencia de una ley moral que sea la expresión de 1a Sabiduría y de la Providencia de Dios en quien creen; todos admitimos el hecho humillante pero realísimo de las transgresiones calculadas y constantes que la voluntad humana comete contra la Ley moral; al traspasarlas, ofendemos a Dios, chocamos con su Sabiduría, con su Bondad, con su Jus– ticia y con su soberanía: el pecado es una realidad indi– solublemente ligada con el Ser Supremo, pues su Ley no es una abstracción ni una teoría sino El mismo, manifes-
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