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-151- y nuestra mano se alargará para detenerlo y para sos– tenerlo y para ayudarlo. Sentiremos, otrosí, et contras– te de sus dolores y desgracias con nuestra felicidad y bienestar y nos sentiremos más felices y más agradeci– dos al Seflor, y aceptaremos con espíritu cristiano la posibilidad de hallarnos en la condición precaria del prójimo a quien hoy ayudamos y que quizá será maflana nuestro bienhechor, pues tales mudanzas son propias de la vida de la tierra. No es buen cristiano el senti– mentalista que rehuye la vista del pobre porque le ha– ce sufrir, o le molesta: ved cómo los desgraciados in– vocan preferentemente el nombre de Dios para conse– guir el socorro que necesitan, y aún se colocan en las puertas de los templos como quien· se ofrece de esca– lón a los que van a hablar con Dios, para que contem– plen el dolor y la miseria ajena y se muevan a socor– rerla y merezcan el socorro que ellos van a implorar ante los altares. No fiemos la caridad cristiana a orga– nizaciones benéficas donde la acción de cada uno está diluida y reglamentada sistemáticamente; si estamos asociados para el bien, aceptemos la responsabilidad que nos toca dentro de la finalidad de la obra: vayamos a v~r al pobre o al enfermo, o al niflo, o al preso, o al encarcelado con toda puntualidad y amor, cosa que no puede proveer el Reglamento, sino que nace del cora– zón de cada uno y del espíritu sobrenatural que le haya movido a asociarse para el bien. Así sabremos prácti– camente quien es nuestro prójimo: el mismo desgracia– do nos lo enseflará cuando nos llame hermanos ante la prueba inequívoca que le habremos dado de tenerlo por hermano.
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