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90 GUÍA DE SUPERIORES mucha y la que brota es poca; mira, finalmente, cum– plidos y observados con negligencia sus mandatos y ór– denes, y cómo el mal, so color de bien, va infiltrándose a hurtadillas, sin que se atreva a censurar a las claras como mal, lo que aparece en la corteza como bien; y eso que a la postre queda anulado un bien mayor y se abre paso a males aún más manifiestos" (8). 3.ª En tercer lugar, el Prelado necesita la paciencia a causa de la ingratitud de aquellos en cuyo beneficio solícitamente trabaja. Primero, son continuas quejas: quéjanse, en efecto, los súbditos, sin que apenas nunca queden satisfechos, de que el Prelado podría, si lo qui– siera, obrar con ellos de otra manera y mejor; eso que muchas veces queda perplejo entre si debe ceder a sus impertinencias, condescendiendo con ellos en todos sus deseos, o si debe, en cambio, mantenerse inflexible en lo que, a su parecer, es más conveniente (9). Frente a estas y otras muchas contrariedades que le ocurren al Superior en el desempeño de su cargo pasto– ral debe escudarse con triple género de paciencia, conti– núa el Seráfico Doctor. l. Escúdese, en primer lugar, contestando mod,esta, madi¿ra y benignamente a cada una de las cosas que se le oponen, y reprima los ímpetus del genio, sin mostrar impaciencia en la voz, en el rostro, ni en los ademanes. Entonces, en efecto, aprovecha más y domina con la pa– ciencia a los que provocaría obrando impetuosamen– te (10). El furor no se calma con el furor, ni el vicio se corrige con el vicio. La respuesta suave, dicen los Pro- (8) Cfr. o. c., p. 515-516. (9) Ibid. (10) Ibid.
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