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CONF. VIII.-DE LA DIPLOMACIA EN EL GOBIERNO 115 nistros Provinciales •'fuesen afables con los menores y atrayentes por la bondad, tanto, que los delincuentes no se avergonzasen de encomendarsi a su clemencia. Que– ría que fuesen moderados en los preceptos, propicios en las ofensas, más fáciles en aguantar injurias que en infe~ rirlas, enemigos de los vicios, médicos de los viciosos. Finalmtmte, tales, que su vida sirviera de espejo de dis– ciplina. Con todo, quería que se les tributara respeto y se les amara, como quienes llevan el peso de la solicitud y del trabajo. Y aseguraba que serían dignos de recom– pensa extraordinaria, si con esta forma y con tales leyes gobemaban las almas confiadas a su solicitud" (5). San Buenaventura pone como la segunda ala del Se– rafín la piedad del Prelado, al cual así como el amor de Dios le inflama en el celo de la justicia, así el amor del prójimo ie enseña a mostrarse compasivo con él. Y en ver– dad, si los vicios reclaman vara que castigue, las enfer– medad.es exigen báculos que sustenten (6). El Beato Diego añade: "Lo segundo de que ha de es– tar instruído un Superior, para no pecar de ignorancia, es de la suerte con que ha de corregir a los defectuosos y solicitar la enmienda de los relajados. No, luego que alguno peca, ha de ser inmediatamente castigado en pú– blico su delito. Para hacerlo así ha de atenderse a la dis– posición del sujeto o a la calidad de su culpa, y al daño que de ésta y su disimulo haya de seguirse:-:. No debe tampoco castigarle en términos que lo exaspere con su rigor..." (7) . (5) Cfr. CELANO, Vida segunda, CXL. (6) S. BUENAVENTURA, De sex alis Seraphim, cap. III, n. I. (7) Cfr. B. 'DIEGO DE CÁDIZ, La Vida Religiosa, p. 23, Se- villa,. 1949. 1

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