BCCCAP00000000000000000001097
EL HOMBRE Y LA HISTORIA EN EDUARDO NICOL 197 La disociación entre pensamiento y palabra ha surgido como conse– cuencia de las operaciones silenciosas en que pensamos sin decir nada. Tales operaciones pueden, posteriormente, expresarse o permanecer en su silencio interior. De donde ha surgido el convencimiento de que la expresión sea un accidente del pensar, de que el lagos como palabra sea una función distinta del lagos como pensamiento. La expresión, entonces, se convertiría en una impureza por ser externa, derivada y subjetiva. Pues bien: las reflexiones de E. Nícol, repetidas una y otra vez en las páginas de Los principios de la ciencia, y diseminadas por otras obras suyas, quieren volver a unir constitutivamente el pensamiento o contenido significativo con la palabra o intención comunicativa. Para ello, dando por evidente la unión de ambos elementos en el pensamiento expresado externamente {y sin prejuzgar si su unión es accidental o no), se acerca a la operación anterior, germinal, del pensamiento, a fin de averiguar sJ, fenomenológicamente, la expresión (la palabra o el símbolo) forma paree del conocimiento. En un primer contacto con el pensamiento interior silencioso, E. Nícol cree que puede afirmar que el mismo tiene lugar a través de términos y que estos son esencialmente comunicativos, es decir, reclaman un interlo– cutor. Aduce, por ahora, el testimonio de psicólogos «que han llamado la atención sobre el hecho le que pensamos verbalmente, aunque estemos callados» 669. Y, en otros lugares, recuerda a Platón, que ya afirmaba que el pensamiento «es una función activa que ha de entenderse como óuivou1: es un 'diálogo silencioso'» 670. Avanzando más en la demostración de la expresividad esencial del pensamiento, E. Nícol pasa a examinar la comunicación del pensamiento, como hecho social, para desde aquí retornar de nuevo al silencioso diálogo interior. En un diálogo real entre dos sujetos, sea cual sea el tema del diálogo, es patente que ambos interlocutores se entienden, ya coincidan o discrepen en sus opiniones, o incluso hablen de sus experiencias más íntimas y per– sonales. En ningún momento existe estrictamente la soledad o la incomu– nicación. Ello es posible porque los interlocutores emplean el mismo sis– tema simbólico, en el que los términos significan con suficiente claridad y distinción sus objetos. Por eso, tanto el que habla como el que escucha hacen la misma referencia mental a un objeto. De esta manera, se entienden mediante «el acto de una común referencia al mismo objeto, promovido 669 PC 62. 670 PC 62. Cf. también EH 248, 250; me 278; VH 344; 'El porvenir de la filo– sofía', en Diálogos (1970) 14 ss.; 'Vocation et liberté', en Revue de l'Université de Bru– xelles 12 (1959-60) 390-96. Escribe en 'Diánoia y diálogo. Veinte años después' (en Diánoia, 1974, 1): «La lltáuoux. es el diálogo del pensamiento consigo mismo. Pensar es dialogar en el interior, y este movimiento interior anuncia el diálogo exterior entre los interlocutores. En verdad, el interlocutor está ya presupuesto en el acto mismo de pensar. Se piensa para alguien, y no hay pensamiento sin palabra».
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz