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DR. JOSE GREGORIO HERNANDEZ 221 dirección a la Capilla, y como tuviese de pasar junto a las colmenas que se cultivaban en el Convento, uno de los in– sectos la pico en una mano y en la misma noche murió con deliciosa paz y alegría celestial. Decíamos de la profunda emoción que conturbó a Ca– racas a causa del inesperado y rudo golpe de la muerte del doctor HERNANDEZ. La sabiduría, dice la Sagrada Escri– tura, da a los justos el galardón de sus obras, y los conduce por sendas maravillosas (2). Por esas sendas y esas obras era conducido HERNANDEZ y amado no tan sólo en Cara– cas sino en toda Venezuela. Caracas asumió la representa– ción del País, segura como estaba de que todo él se conmo– vería ante el nefasto suceso, y no se engañó. La actitud de la ciudad fué verdaderamente insólita. Se paralizó la algazara y el vértigo cuotidiano, la vida social tomó otra fase de acuerdo con la amargura de la pena, y no hubo quien no se irguiese a la altura del deber. La familia no se encontró sola. El gobierno, el clero, la prensa, las academias, los estudiantes, el comercio, la sociedad y sl pueblo entero, la acompañaron desde el primer momento y se unieron a ella para llevar a cabo la manifestación más suntuosa e imponente que la República ha rendido a un varón a quien no ilustraron las hazañas ruidosas de las armas, ni el poderío de la elocuencia tribunicia, sino el blcm– do y silencioso prestigio del saber, de la virtud, de la cari– dad y de la santidad. Aquello fué una apoteosis de amor. Desde el Hospital Vargas, adonde el atribulado chofer con– dujo al exánime herido, al hogar fraterno; de ahí a la Uni- (2) Sap. X, 17.
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