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218 DR. J. M. NU~EZ PONTE don Remigio Hernández, muerto en 1838, y la tía María de Jesús, muerta en 1874, parecen haber tenido revelación de su muerte cercana. Refiriéndose al primero, dice el Libro genealógico que la víspera de su muerte, hallándose en sana salud y reunien– do a los suyos, les dijo que en· la familia pocos pasaban de los sesenta años, y por consiguiente era bueno prepararse para tan terrible trance; que hizo aquella tarde confesión ge– neral de toda su vida y a la mañana siguiente recibió la sa - grada comunión con gran fervor; y poco después, mientras tomaba en casa una ligera refección, sin haber presentido síntoma alguno de enfermedad, murió apaciblemente con la muerte de los predestinados al cielo. Doña María de Jesús Hernández, nacida en 1822, desde su adolescencia manifestó deseos de tomar el velo de reli– giosa, mas a ruegos de su padre don Remigio, le prometió que no lo haría mientras sus hermanos, que eran huérfanos de madre, fueran pequeños, pues ella era la mayor; cuando se hubo casado la menor de sus hermanas, entró y profesó en el Convento de Clarisas de Mérida. Vivió allí en la más austera penitencia y en la práctica de las más heroicas vir– tudes y fué agraciada con dones sobrenaturales, entre los cuales se supo por tradición gozaba del de profecía. Las Cámaras Legislativas de Venezuela decretaron la abolición y exclaustración de las Ordenes religiosas; al serle comuni– cado el decreto, la Superiora de las dichas Clarisas convocó a Capítulo y dando de él conocimiento a las monjas, les dijo avisasen a sus familias para que acudiesen al Convento ,:J: recibirlas el día de salida. Sor María de Jesús manifestó en presencia misma del Capítulo que no necesitaba dar parte a su familia, porque moriría antes de terminarse el plazo de los ocho días que faltaban para la expulsión. Y, en efecto, faltando apenas tres, al salir de su celda en la mañana con
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