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216 DR. J. M. NUÑEZ PONTE Hernández, pendiente como estaba de la salvación y de la eternidad, decía con una confianza admirable: "siem– pre he deseado la muerte, que nos libra de tantos males y nos pone seguros en el cielo". Todas sus acciones iban como iluminadas por la luz eterna, su conversación y su conducta parecían despedir fulgores de cielo, y su fortaleza era inex– pugnable porque su vida estaba lorigada por la divina ar– madura de la Eucaristía. Su conciencia, pura y transparen– te como un cendal, recibía las claridades del célico amor, y en su corazón tenían cabida las sentencias de la divina Vo– luntad. El se hallaba así dispuesto en toda hora a campa - recer ante el tribunal del T uez Supremo, confiado en escu– char el fallo propicio de la misericordia: Euge, serve bone et fidelis! Era el domingo 29 de junio, 1919, fiesta de los grandes apóstoles Pedro y Pablo, trigésimo primer aniversario del doc– torado de Hernández. Poco después del mediodía, salió éste de casa, y a unos cuantos metros de la esquina de Amado– res hacia la del Urapal, calle Oeste 9, al bajar la acera desde la puerta de la farmacia, pero fijándose no más en el tranvía que pasaba, no advirtió un automóvil que venía de– trás y fué arrollado brutalmente por el carro, quedando en el acto sin vida, merced a la fractura de la base del cráneo, según diagnóstico de su amigo el doctor Razetti .. La infausta nueva voló por la capital como un reguero de pólvora, poniendo en todos los ánimos, en todos los ho– gares, en todos los gremios, la más tremenda consternación, y enluteciendo el ambiente de Caracas con una honda me– lancolía y un solemnísimo pesar. Nada es comparable con el grandioso espectáculo de dolor que ofreció nuestra ciudad, siempre bulliciosa y ale-
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