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CAPITULO X La muerte. - Horrorosa tragedia. - Un lustro antes. - El alma nacional conmovida. - Homenajes a la memoria de Hemández. - El voto del pueblo. - Era un santo! - Médicos santos. El oficio primordial de la religión consiste en hacernos de los días del mundo un período de preparación para la muerte. La muerte no debe ser, y no lo es en efecto para el alma que ha sabido cumplir su destino, sino un ligero paso, una suave y deliciosa transición de las tinieblas a la luz, del odio al amor duradero, del sufrimiento al lugar del gozo perfecto, del destierro amargo a la dulce patria inter– minable, de la guerra de las pasiones a la paz del reposo en el seno de Dios; la conquista segura, imperdible, del pre– mio y la victoria; la transfiguración mirífica de.l luchador por el triunfo perpetuo en el epinicio de los loores divinos. A las almas que aman, que no alientan sino para ala– bar y glorificar al Señor, como sienten la nostalgia del cielo, se les tarda la ruptura de los vínculos que las retienen, y, preparadas siempre para el trance, discurren deseando y pi diendo de todas veras se les abrevie el plazo: "Vivo sin vivir en mí y tan altiva vida espero, que muero porque no muero".
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