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DR. JOSE GREGORIO HERNANDEZ 213 almas, invenciones para ocultar sus méritos, astucias para despistar a los demás, hacerles perder la admiración que pu– dieran sentir hacia sus acciones extraordinarias y aun para dejarse pasar ellas mismas por ridículas. Las ha habido también de otro orden; por ejemplo, la re– pugnancia natural de San Agustín, que no pudo comer nun– ca sino con una cuchara de plata; la del mismo San Felipe, que no se resignaba a beber en vaso ajeno, ni a celebrar la misa sino en su cáliz propio. En éstas entra por mucho el instinto ingénito o la educación del aseo personal, que San Francisco de Sales y Santa Teresa clasifican en el número de las virtudes menores. Tal vez esos santos quisiesen por espí– ritu de mortificación empequeñecerse durante las propensio– nes cónsonas con el mundo, para esconder a los ojos de sus semejantes las magnas excelencias que distinguían sus par– tes mentales. Y en efecto, conocimos a un piadosísimo sacer– dote, que para no dejar traslucir sus frecuentes ayunos, se perfumaba y se arreglaba como cualquier caballero mun– dano. Sirvan estas consideraciones a explicar el peregrino aci– calamiento del doctor Hernández, durante sus últimos tiem– pos. Hubo quienes le creyeran chiflado al verle sometido al rigor estricto de las modas en sus vestidos, en las clases y co– lores de las telas, en los sombreros y corbatas, en el calzado, etc., cuando anteriormente él no gastaba sino trajes modera– dos y severos, que si no le atraían el dictado de ridículo, le hacían aparecer con más edad de la que tenía realmente. No nos es posible asegurar si de la Cartuja le iniciasen tales exa– geraciones, aunque lo presumimos; pero sí creemos tener de– recho a deducir que él, modelo en su juventud de aseo y de la más fina limpieza, escogiera aquel medio para procurar– se las mofas y habladurías de tantos juzgamundos como pu-
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